David Lebon está a punto de acometer el solo de “Esperando nacer”, una de las piezas más bellas que la música argentina dio a luz en la segunda mitad del siglo XX. Justo en ese instante, mágico, extático, “salta la térmica”. Lebon mira a uno y otro lado, incrédulo. El resto de la banda no comprende ese silencio repentino que se contagia del escenario al público. Durante algunos segundos nadie entiende nada en el Alberdi. Alguien explica desde bambalinas eso, que había “saltado la térmica”. Palabras más, palabras menos, Lebon reflexiona: “hay que arreglar esto, ya no por nosotros, por las bandas que vengan en el futuro”. Hay aplausos, sobre todo porque pasado el trance Lebon pregunta “¿dónde estábamos?” “¡En el solo!”, le gritan de la platea. Y justo allí reinicia el tema, y lo toca como los dioses.
Cualquier otro artista, en la misma situación, hubiera explotado. Pero Lebon, además de ser un caballero, vive en estado de gracia, transmitiendo amor cada vez que abre la boca. Se le nota la serenidad en el gesto, en la mirada y en el discurso. La “térmica” ya había saltado, pero en el preciso momento en que terminaba otro tema, lo que disimuló el episodio (¿cuántas oportunidades habrá en un recital de que ese milagro sincrónico se produzca? ¿Una en un millón?). Lebon se tomó la sacrílega interrupción en el momento cumbre de “Esperando nacer” con una deliciosa mezcla de paciencia, resignación y buen humor. Gracias a él, lo que pudo haber sido la rabieta de un rockstar quedó en incómodo tropiezo.
Dos apuntes antes de seguir. Por un lado, como para no perder la costumbre, las redes sociales construyeron un escándalo donde no lo hubo. Hilando fino, quedó claro que la mayoría de los posteos y retuits corrieron por cuenta de gente que no asistió al show. No hubo gritos, ni insultos, ni el recital se acortó: es un set de menos de 90 minutos. La posverdad no es cuento. Por otro, y antes de ir a a la pulpa del asunto, un tiro para el lado de la justicia: ver y escuchar a Lebon sigue siendo un deleite. Está el fraseo con las cuerdas, alquimia de rock y blues; está la voz, admirable; está la historia que le corre por el cuerpo; y están, sobre todo, las canciones. Si las canciones son buenas el resto siempre se acomoda. Como para que no queden dudas; no es que David Lebon sea el Steve Winwood argentino, sino que Steve Winwood es el David Lebon inglés.
La cuestión de fondo pasa por la franciscana pobreza que exhibe Tucumán en materia de infraestructura, en este caso si de albergar espectáculos se trata. Lo del Alberdi está relacionado con años y años de desinversión y, yendo más allá, con lo que la UNT pretende del teatro que le toca gestionar. El personal del Alberdi está doctorado en el arte de tapar los descosidos con lo que hay a mano, pero nada es para siempre. La universidad lo tiene para los actos académicos, para que toque la Sinfónica y, sobre todo, para hacer caja con los alquileres. Al Alberdi hay que ponerle mucho dinero, no sólo para que deje de saltar la térmica, sino para adecuarlo a las necesidades de la época. ¿Es prioridad para una UNT obligada a cuidar cada moneda? Debería y para eso pueden explorarse rutas alternativas. Tal vez apelando a sociedades mixtas con jugadores del ámbito privado. O buscando financiamiento por canales crediticios alternativos. El Alberdi es una joya que no merece una plumereada ni un parche.
Y sí, a Tucumán le falta un estadio multiuso, moderno, funcional, bien ubicado, confortable. Un espacio para el gozo, no para el padecimiento. El tema es figurita repetida. ¿Otra vez lo del estadio?, se preguntará el lector. Por supuesto, otra vez. Por ahí, de tanto insistir, se hace la luz. En el caso del rock no hay un lugar más allá de Robert Nesta y de las canchas de básquet cobijadas bajo los tinglados de los clubes de barrio. Pequeña disgresión: hay que estar en la piel de un sonidista capaz de que una banda suene bien en Floresta o en Villa Luján. Nuestros respetos.
Las generalizaciones son injustas y mucho más las comparaciones traídas de los pelos. Volviendo a las redes sociales: ¿a qué mente afiebrada se le ocurre equiparar el desmadre de Argentinos del Norte (insólito el lavaje de manos practicado por Pity Álvarez) con lo ocurrido el miércoles en el Alberdi? Las hay, por supuesto que las hay. Mentes afiebradas, pero sobre todo desocupadas. Trolls ad honorem, podría ser el calificativo. Es la gente y su manual de las cosas que nunca fueron. Las térmicas que saltan en una sala son un problema serio que obligan a parar la pelota porque dejan al descubierto falencias inaceptables. Para el artista y para el público A las otras térmicas saltarinas, las internas, ni siquiera se las puede atar con un buen alambre.